Una ventana se abre y me da permiso
para proscribirme unos minutos
al amparo de las letras sigilosas.
Estoy de pie, de espaldas, de frente,
pero por una razón ilógica y extraña
siento la horizontalidad de un reposo
que me molesta y una almohada
que me molesta y una almohada
que no me acomoda el soñar.
He develado el rastro de un secreto
porque la noche no tiene
quien la duerma,
quien la duerma,
y escribo con la fuerte sensación
de que, en este instante
solo ella me escucha,
solo ella se adorna en mis espejos,
solo ella sabe que tú y yo nos conocimos
con las fauces llenas de piedra caliza
y fuimos bestias carroñeras
de esa madrugada que todo lo calla.
de esa madrugada que todo lo calla.
Tú,
más que una presencia
más que una presencia
fuiste una sed atormentada,
una tabla periódica,
una tabla periódica,
una bolsa de plástico llena
con todas las escamas de mi cuerpo,
con los huesos roídos por el hambre.
La noche sabe que te quise
sin sol, sin luz, sin día,
sin sol, sin luz, sin día,
la noche derramó
la misma lágrima que yo
la misma lágrima que yo
cuando tuve que dejarte,
pero por esas ironías del destino
ni un jarrón de rosas sobrevive
tres días en agua,
ni un amor perdura con el fango callejero
que llevo pegado a las entrañas.
que llevo pegado a las entrañas.